El lenguaje de la gravedad
A mi madre
“From the threads a mother’s hands weaves,
A gown for parting son is made.
Sown stitch by stitch before he leaves,
For fear his return be delayed.
Such kindness as young grass receives
From the warm sun can’t be repaid.”
Xu Yuanzhong, Song of the parting son.
“Sabed que la Naturaleza entera es un teatro mágico, que la gran Madre es la gran maga y que este mundo lo pueblan sus numerosas partes”
UPANISHADS
Qué podría decirte
para explicarte la huella
de la tinta en mi espalda.
El tatuaje de dragón asustado
tras el verso hinchado de dolor.
Qué, cómo
podría explicarte los redobles y silencios
de mi sensibilidad a 323 º Kelvin, quemada,
antigua, legendaria y cuchillo.
Qué soy yo si no es tinta
después de tantos años.
Ruinas de papel,
esclavos blancos,
pajaritas, papeleras resilientes
el yo triturado que despliega
el sentimiento indiscliplinado.
Qué soy yo
si solo existo ahora
que pronuncio mi leve existencia
sobre este maremoto de labios cromados
e intento no ahogarnos a los dos.
Él me dio a fumar la pipa de la verdad.
Lloraba intensamente a la salida del VIPS.
Era la una de la mañana,
y tenía tanta hambre o más que yo.
Flexionó sus negras rodillas
y yo no quise escuchar la súplica de Sión,
llamando a mi puerta pintada.
Pero todas las notas de la partitura
ascendían por mis venas
hasta mi última gruta.
Saqué diez euros de mi cartera
como quien ofrece el mapa de un tesoro,
tras taladrarme las neuronas la palabra papilla
y destrozarme todos los átomos,
y alimentar todas mis sogas y surcos
el sustantivo con el que nombramos a los bebés.
Él consiguió decirle a los jinetes grises
que se fueran para sus prisiones,
balbuceándome gracias cien veces,
gracias hasta que como una ingrata, desaparecí.
Yo quería abrazarlo,
pero sentía la sílaba tónica
tan en la faringe,
y el estómago era una lavadora
centrifugándome la respiración.
Me fui a casa,
como quien acude a rezar a su agujero
a los dioses que aún no conoce.
Me fui tropezando con las personas
como una sucia borracha
sin apenas poder mantenerme en pie.
Me caí al suelo,
inevitable, rota, hundida
por el peso de la poesía del momento.
Intentando saciar mi sensibilidad,
cuando la hoguera de San Juan de mi espíritu
había celebrado su noveno salto.
Y mis manos besaron el suelo,
era mi cuerpo una oda violeta.
Era yo más poeta que nunca,
más madre,
más humana,
más canción y palabra.
Y qué soy yo,
si no es este lamento diario
que por usual e intenso
se torna a ciclo insoportable.
Qué soy yo,
sin la gravedad susurrándome
un nuevo lenguaje enigmático,
la gravedad, princesa de Gaia,
y yo su hija inválida extraterrestre
que no atiende ni sabe cómo
acariciar sus graves oraciones.