Para todas esas mujeres que aún están pero ya no están.
Llega un momento que las cosas te dejan de doler. Te despiertas fría y eso es lo más triste, cuando ya no te importa. Cuando ya te han perdido. Dejas de ser un rehén para empezar a tener la responsabilidad de escapar. Como en La gran evasión, necesitas tejer un plan. Y lo harás.
Comparto uno de mis poemas descartados, desheredados, marginados, al que vuelvo, hoy.
Bajo ningún signo:
Si escribo con hambre
soy capaz de hablar como si hubieran pasado
diez años,
me advierto de que están todos congelados.
Recuerdo
que teníamos un gato,
una gata preciosa que parecía un lémur,
yo besaba su pelo.
Deseaba que tuviéramos un hijo.
Deseaba que aquellas uñas
fueran el lamento de un bebé
pidiendo leche.
Yo abriría mis senos en canal.
Bebe mi sangre, hijo.
Recuerdo que eras débil.
Tú no lo sabías pero eras tremendamente
inútil, débil y cobarde.
Y aún así yo te amaba.
Quizá te ame ahora también.
Solo eras un león cuando me montabas.
Todo sucedía en blanco y negro,
nunca era yo la que salía a recibirte.
Te dejaba el recipiente y me marchaba,
a Perú, a Afganistán, a las montañas.
Eras demasiado nube para imaginarlo.
Soñé que podría traducirte mi idioma
pero naufragamos.
* Fotograma de »La vida de Adele», Abdellatif Kechiche